"Hijos míos:
¡Jesús nos bendiga!
El
momento de la cosecha está lejos. El suelo que debe ser arado aguarda a
los obreros diligentes. Los cielos se mantienen en penumbras; y las
dificultades, desafiantes. Es indispensable que el sembrador dé
continuidad al compromiso de sembrar la palabra de luz en la tierra de
los corazones. Casi en todas partes medra la cizaña amenazadora. El
zarzal estrangula los brotes que comienzan a mostrar las banderas de la
esperanza tras la germinación. Hoy más que nunca resultan indispensables
los cuidados del riego y el abono, frente a las plagas que desde hace
milenios anidan en la siembra del Bien.
Se
extiende la propuesta de Jesús que la Revelación Espírita enseña. Una
inmensa alegría se apodera de las mentes y los corazones que trabajan en
la siembra de luz. No obstante, es necesario considerar que todo lo que
crece en la superficie padece hipertrofia en lo profundo. Los ideales, a
medida que se divulgan, pierden en calidad lo que ganan en cantidad.
La
Tercera Revelación no es una concesión excepcional de Dios que circula
entre los hombres en carácter de privilegio. Para nosotros, los
espíritas de ambos planos de la vida, es una bendición y un honor
vincularnos a los postulados de la Codificación Espírita, pero sobre
nosotros también descansan las graves responsabilidades en torno a cómo
utilizaremos esa concesión superior para que sea aceptada por las
multitudes necesitadas de paz, perdidas en el abismo de sí mismas,
ansiosas por encontrar el rumbo.
Una labor
como la del Espiritismo, que se propone la transformación moral de la
Tierra mediante la modificación interior de la criatura, es el más
grandioso desafío que enfrentan la inteligencia contemporánea y los
sentimientos humanos.
Es
natural, hijos míos, que lluevan piedras, que haya problemas en el
camino, que surjan incomprensiones, que aparezcan provocaciones de todo
tipo.
Con
nuestro amor y admiración por los cristianos primitivos, que se
entregaron en holocausto y dieron hasta su vida física para que hoy
pudiésemos gozar de la bendición del mensaje liberador, no nos podemos
olvidar de la contribución que la Ley del progreso nos exige, a fin de
preparar los días del mañana.
No deben
extrañarnos, pues, las coyunturas difíciles, las luchas inevitables.
Así, impregnados de fraternidad, de espíritu de amor, seamos nosotros
quienes comprendamos a los que no nos comprenden, quienes toleremos a
aquellos que no caminan con nosotros. Envolvámoslos en la tierna
vibración de nuestra plegaria afectuosa, concediéndoles el derecho de
ser libres en su manera de proceder, de hacernos frente e incluso de
combatirnos.
Si por
acaso alguien se yergue como nuestro adversario ideológico o como
nuestro enemigo personal, veamos en ello la oportunidad de dar
testimonio de nuestra fe. El Espiritismo de hoy y el Cristianismo de
ayer nos invitan al amor, para que todos sepan definitivamente que somos
discípulos de Jesús, el Amigo despreciado por el poder temporal, por
las imposiciones políticas y los caprichos religiosos, pero fiel a Dios y
al objetivo del trabajo al que se entregó hasta la consumación de su
cuerpo.
En la actualidad no hay otra alternativa más que andar los caminos que Él recorrió.
La
unificación de los espíritas es nuestro trabajo de todos los días, de
todos los instantes de nuestro Movimiento. Debe ser una conquista
paulatina, realizada paso a paso, y de modo urgente, porque
resulta necesaria para que la fragmentación, las disensiones y el
egoísmo de los individuos y de los grupos no siembren discordias graves
ni amenacen el patrimonio doctrinario.
Os
compete transferir a las generaciones venideras, con la misma pulcritud
con que lo recibisteis, el patrimonio espírita legado por los
Benefactores de la humanidad y codificado por el ilustre Allan Kardec, a
fin de preparar a esas generaciones nuevas que nos sucederán en la
jornada de construcción del mundo nuevo.
Depositad
en sus corazones infantiles la palabra de orden, el amor a la propuesta
de liberación, la educación, para que la sabiduría guíe sus pasos en la
Era Nueva que se aproxima.
Perseverad
con espíritu de combate, pero sin las armas fraticidas, equipados con
los admirables recursos del amor, la solidaridad y la caridad.
La cosecha aún no está a la vista.
Uníos
amándoos los unos a los otros, incluso cuando discrepéis en vuestras
observaciones, en vuestros puntos de vista, pero firmes en los ideales
estructurales de los postulados espíritas expuestos en la Introducción
de la obra básica: El Libro de los Espíritus.
Que las
interpretaciones no constituyan un obstáculo para alcanzar el objetivo
de amor, dado que pretendemos unirnos a los que aún no conocen a Dios o
se niegan a aceptarlo, a los que no forman parte de la grey en la que
trabajamos o a los que se posicionan como adversarios irónicos y crueles
del Cristo redivivo.
¿Cómo
podríamos mantener una actitud diferente con las ovejas de nuestro
propio rebaño, que momentáneamente prefieren quedarse a la espera de la
voz del pastor o caminar aisladas, aunque en el mismo rumbo?
Se abren
nuevos horizontes. Estamos más cerca. Entidades y criaturas,
rectifiquemos nuestras aristas con el buril del diálogo, evitando la
lija grosera de la acrimonia y la crítica mordaz, que solamente
perturban en vez de tranquilizar y ayudar.
Reunidos,
nos identificamos con el espíritu de Cristo y nos hacemos fuertes en el
ideal. Separados, damos lugar a las investidas soeces del mal, que
todavía predomina en nosotros mismos.
Preservemos
en la mente la idea de que los mayores enemigos no están afuera, no son
los que levantan el dedo y la voz acusadores, sino nuestras
imperfecciones, que nos incitan a la venganza, al anatema, a herir y a
tornarnos enemigos en nombre de un ideal de fraternidad.
Si no
logramos tolerarnos identificados en el postulado mayor del amor, si no
conseguimos respetarnos, ¿cómo tendremos el coraje de predicar la
solidaridad, la tolerancia para con los demás, en nombre del trabajo de
construcción del mundo nuevo?
La palabra espírita
es una condecoración, que no se coloca en la indumentaria para
identificar individuos, sino que se implanta en lo profundo del ser,
muchas veces en las heridas abiertas en llaga viva que exudan esperanza y
amor.
¡Siembra y siembra!
No
importa que algunas semillas caigan en el suelo árido o en las grietas
del asfalto, porque la que caiga en tierra fértil dará espigas de luz de
mil granos cada una, que habrán de reverdecer al mundo.
Estáis invitados a la unión, trabajando por la unificación de las Casas Espíritas del Brasil y del Mundo.
Sed, pues, fieles hasta el fin.
No os puedo ofrecer otra alternativa.
Mucha
paz, hijos míos. Eso le suplica al Señor, en nombre de los
Espíritus-espíritas que aquí están presentes, el servidor humilde y
paternal de siempre."
Bezerra de Menezes
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