Sabemos que la Tierra es lugar de expiación y dolor, como sabemos que
el dolor purifica y eleva. El dolor es uno de los medios por los que
progresamos más rápidamente. ¿Cómo, pues, debemos encarar los dolores y
los sufrimientos físicos de la vida? Con calma y resignación, y hasta
con alegría.
Recordando siempre que el dolor es el camino más rápido para nuestra
ascensión a las más altas regiones, y el medio más seguro de alejarnos
de las veleidades humanas. Hemos visto espíritas que supieron sufrir con
resignación y alegría. Empero en los momentos de paroxismo del dolor
estuviesen quietos y serios, y a veces cansados, lo que es muy natural,
una vez pasados esos momentos estaban relativamente tranquilos y
alegres. Y cuando la dolencia les daba treguas, mostrábanse expansivos y
dispuestos a exaltar la Justicia de Dios.
Fueran pocos los que vimos. Mas lo que desencarnaran, y de los cuales
pudimos saber posteriormente, se mostraban siempre en un estado muy
feliz en el mundo espiritual, satisfechos por haber sabido sufrir con
serenidad los dolores de la existencia material. Vimos otros espiritas
que, empero aparentasen resignación, también lloraban y lamentaban sus
muchos sufrimientos. Entiendo que esos espíritas no andaban bien, y no
estaban libres de caer. Porque la tristeza engendra el mal humor, que
puede dar lugar a la murmuración contra el destino. Y cuando llegamos a
la murmuración, estamos a un paso de la revuelta. Un espíritu en ese
estado revela atraso moral y desconocimiento de la ley divina.
¿Qué diríamos de un comerciante que reclamase de tener muchos
negocios a realizar, ganando mucho dinero? Diríamos que era un mal
comerciante, incapaz de aprovechar las buenas oportunidades. Así son los
espíritas que, delante de los dolores de la vida, se entristecen o se
atribulan, y a veces se rebelan. El espírita debe encarar la existencia
material como un curso de pruebas de toda especie: físicas y morales,
que sirven para llevarlo a un verdadero progreso. Nunca debe confundir
esa existencia con la verdadera vida, mas encararla como un período de
estudios y pruebas, en que se prepara con vistas a esta última, que se
encuentra en la erraticidad. Cada día que pasamos en la carne
corresponde a millares de años que iremos a vivir en el Espacio.
¿Qué significan, pues, estos pequeños períodos que llamamos de vida
material, delante de la vida espiritual que nos aguarda? Si la ley nos
obliga a sufrir, porque nada en la Creación escapa a la Justicia,
debemos hacerlo con la mayor serenidad. Pues sabemos que eso constituye
para nosotros un gran bien, y que llegamos a la hora de probar si el
Espiritismo penetró en nuestro interior o si permanece apenas
superficialmente. Si es superficial, no podemos llamarnos espíritas. Si
estuviese arraigado en lo más hondo de nuestra alma, sabremos encarar
las pruebas y dolores de la existencia como necesarias, y honraremos la
doctrina que profesamos. Ningún espírita debe dudar de que en el Reino
de Dios no se entra de sorpresa, ni se alcanza la felicidad, sino
después de la purificación.
Así es, que las comodidades, las alegrías mundanas, los goces de la
Tierra, no son los caminos indicados para que alcancemos la felicidad en
el espacio. También no debe dudar de que, cuanto más próximo se
encuentra de su felicidad espiritual, más sometido será a todas las
pruebas terrenas. Basta recordar la vida de los mártires, de los justos,
de los humildes y de los buenos, y compararla con la manera de vivir de
los grandes del mundo, de los opulentos, de los potentados, para ver
que, mientras los primeros tienen los ojos vueltos para el futuro, los
segundos no ven más allá de las delicias mundanas. De eso nos da una
excelente prueba el Señor y Maestro, en sus mandamientos y en sus actos.
Bienaventurados los que sufren, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Estas son las palabras del Señor. Confiemos en Él. Sigamos su ejemplo.
Todo espírita sometido a grandes dolores manténgase fuerte, lleno de
calma, de amor al Padre, de resignación y sumisión a la Justicia Divina.
Y si a veces la tentación lo envuelve, que se defienda con la oración
con el amor por los que sufrieran antes que él, no olvidando jamás que,
por detrás del dolor soportado con alegría y calma, vendrá la felicidad
en la vida eterna.(7)
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7. Debemos recordar todavía que la revuelta aumenta el dolor,
intensifica el sufrimiento, mientras la resignación favorece la acción
benéfica de los Espíritus Superiores, siempre dispuestos a auxiliar a
los que sufren. La oración es el gran lenitivo de los dolores sin
remedio. Por ella, el espíritu en pruebas establece ligación fluídica
con sus Bienhechores Espirituales, que le darán el alivio posible y la
fuerza moral necesaria para soportar las pruebas hasta el fin. (N. del
T.)
Miguel Vives
Extraído del libro “El Tesoro de los Espíritas”
Extraído del libro “El Tesoro de los Espíritas”
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