sábado, 3 de mayo de 2014

La Revelación Espírita


La definición del término revelar (del latín revelare), cuya raíz velum, significa literalmente quitar el velo y en sentido figurado: descubrir. La característica esencial de cualquier revelación debe ser la verdad. Revelar un secreto es dar a conocer un hecho; si éste es falso ya no es un hecho y por consecuencia no existe revelación. El Espiritismo, por tener como punto de partida las palabras de Jesús, así como éste partió de las de Moisés, es una consecuencia directa de su doctrina. A la idea vaga de la vida futura, agrega la revelación del mundo invisible que puebla y rodea el espacio quitando el velo que ocultaba al hombre los misterios del nacimiento y de la muerte. La primera revelación estuvo personificada en Moisés, la segunda en Jesús y la tercera no está personificada en ningún individuo. Las dos primeras fueron individuales, la tercera es colectiva; he aquí un caracteristica esencial. Nadie puede llamarse profeta exclusivo, fue diseminada simultáneamente sobre la Tierra, entre miles de personas, de todas las edades y condiciones, no provino de ningún culto en particular, a fin de servir algún día a todos como punto de unión. Llegó en una época de emancipación y madurez intelectual en la que el hombre no aceptaba nada a ciegas. Cada centro encontró en los demás el complemento de lo que obtuvo, y el conjunto y la coordinación de todas las enseñanzas parciales que han integrado la Doctrina Espiritista.

La revelación espírita es progresiva. El Espiritismo no ha dicho la última palabra, más ha abierto un campo amplio para el estudio y la observación. Por su naturaleza tiene doble carácter, es al mismo tiempo divina y humana. Divina porque proviene de la iniciativa de los Espíritus y humana porque es fruto del trabajo del hombre. La enseñanza de los Espíritus por todas partes nos muestra la unidad de la ley y la sustancia. En virtud de esa unidad reinan en la obra eterna el orden y la armonía.

El Consolador Prometido por Jesús, también designado por el Apóstol Juan, como el «Espíritu Santo», sería enviado con la misión de consolar y luchar con la verdad. Con el nombre de Consolador y de Espíritu de Verdad, Jesús anunció la venida de aquél que habría de enseñar las cosas que no podían ser dichas por él y a recordar lo que él había dicho. La relación entre el Consolador y el Espiritismo reside en el hecho de que la Doctrina Espírita resume todas las condiciones que Jesús prometió; viene a abrir los ojos y oídos, pues habla sin alegorías, sin parábolas, ni metáforas, levantando el velo que intencionalmente estaba colocado sobre ciertos misterios; viene finalmente a traer consuelo supremo a los desheredados de la Tierra. Jesús sabía que sería inoportuna una revelación más amplia, puesto que el hombre de su época no estaba maduro y además preveía que su mensaje sería distorsionado con el correr del tiempo; por ello prometió que más tarde vendría un Consolador.

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